Su amor se transformó en su obsesión. Dejó de ser un sentimiento desinteresado y generoso, que era lo que sentía por María, para ser un deseo de posesión y de control. Con el mando entre sus manos, se deleitaba cambiando los canales. Se podía pasar horas descubriendo las mil posibilidades que le ofrecía aquella televisión.
Según pasaban los días e incluso los meses su interés fue centrándose, no en las imágenes que aparecían en la pantalla, sino en su propio reflejo. Se veía atrapado en un precioso marco, se veía solo. Buscó a María en sus recuerdos y encontró todo aquello que dejó escapar. De sus ojos brotaron las lágrimas más amargas que cayeron al mando que habitaba en sus manos y se colaron por las rendijas de los botones tantas veces pulsados. Al contacto, el mando desapareció volatilizado. Unos segundos después, también desapareció la televisión.
El joven salió de la casa, paseaba desolado, sin rumbo, hasta que sus pies lo llevaron hasta el escaparate de la tienda de sus desdichas. Allí estaba, era la dependienta más preciosa que había visto jamás... y María le devolvía la mirada a través del escaparate.
Según pasaban los días e incluso los meses su interés fue centrándose, no en las imágenes que aparecían en la pantalla, sino en su propio reflejo. Se veía atrapado en un precioso marco, se veía solo. Buscó a María en sus recuerdos y encontró todo aquello que dejó escapar. De sus ojos brotaron las lágrimas más amargas que cayeron al mando que habitaba en sus manos y se colaron por las rendijas de los botones tantas veces pulsados. Al contacto, el mando desapareció volatilizado. Unos segundos después, también desapareció la televisión.
El joven salió de la casa, paseaba desolado, sin rumbo, hasta que sus pies lo llevaron hasta el escaparate de la tienda de sus desdichas. Allí estaba, era la dependienta más preciosa que había visto jamás... y María le devolvía la mirada a través del escaparate.