Se encontró con un panorama que puso una gran sonrisa en su cara. Se topó con un inmenso campo lleno de unas singulares plantas. En cada una, como hermosos frutos, hermosos libros, repletos de las más variadas historias, suficientes para acompañar montones de días solitarios en la isla. No sabía si de verdad una vez había imaginado aquel vergel, cuando plantó su libro, pero allí estaba.
Lo más increíble es que detrás de aquel primer campo había otro con una variedad distinta que lo llenó de curiosidad y asombro en la distancia. Se trataba de una especie baja, cuyo fruto parecía darse dentro de la tierra que lo sustentaba. Tenía unas grandes hojas que no eran otras que grandes hojas en blanco donde escribir, así lo coligió al instante y, al arrancar ese fruto de su abrigo, aparecían un sinfín de plumas, de plumas estilográficas para escribir, para escribir en esas hojas su historia, la historia de un náufrago que descubrió la lectura, y para escribir otras mil historias a la espera de un
barco que aparecería, algún día, en el horizonte.
Lo más increíble es que detrás de aquel primer campo había otro con una variedad distinta que lo llenó de curiosidad y asombro en la distancia. Se trataba de una especie baja, cuyo fruto parecía darse dentro de la tierra que lo sustentaba. Tenía unas grandes hojas que no eran otras que grandes hojas en blanco donde escribir, así lo coligió al instante y, al arrancar ese fruto de su abrigo, aparecían un sinfín de plumas, de plumas estilográficas para escribir, para escribir en esas hojas su historia, la historia de un náufrago que descubrió la lectura, y para escribir otras mil historias a la espera de un
barco que aparecería, algún día, en el horizonte.