Cuando llegó al 999.999.999 decidió formalmente tomar una decisión drástica. Concluyó que debía darle la vuelta a la tortilla, a la situación. Conque, eso, le dio la vuelta al problema y se encontró con 666.666.666, lo que aún era un número bestial, y realmente no solucionaba el problema, pero sí que lo disminuía,
digamos, lo hacía más pequeño. Era un comienzo, y nuestro futuro Premio Nobel
empezó a verlo todo con más esperanza.
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