...pudo enseñar mucho a sus vecinos.
"Es importante que haya gente diferente" decía la señora regalando una sonrisa cada vez que alguien se le quedaba mirando. "Lo importante es sentir la sonrisa que sale de lo más profundo de nosotros mismos".
A mucha gente la encantaba sentarse con ella en el autobús. Ella siempre tenía historias muy interesentes que contar y que decía que sacaba de su corazón porque, como ella decía, además de sentir nuestra sonrisa es importante escucharnos las historias que todos llevamos en un puntito un poco más arriba del ombligo.
Un día, me contó que una niña que ella no conocía pero que admiraba mucho tenía leucemia y para no aburrirse en las horas que pasaba en el hospital se ponía una nariz roja de payaso y hacía reir a todos los trabajadores del hospital, porque su mamá un día le contó que cuando uno tiene mucho trabajo si le sonríen por los pasillos es más cariñosa con la gente que atiende en su trabajo.
Me gustó tanto aquella historia que el próximo día volví a coger el mismo autobús a la misma hora y me senté al lado de aquella señora con una sonrisa en la oreja que parecía escuchar lo más profundo de todos los corazones.
Desde entonces, en cada momento de la vida, pienso qué feliz sería el mundo si tuviéramos una sonrisa en la frente, en la espalda, en la mano, en la pierna e, incluso, en la zapatilla pegada.
"Es importante que haya gente diferente" decía la señora regalando una sonrisa cada vez que alguien se le quedaba mirando. "Lo importante es sentir la sonrisa que sale de lo más profundo de nosotros mismos".
A mucha gente la encantaba sentarse con ella en el autobús. Ella siempre tenía historias muy interesentes que contar y que decía que sacaba de su corazón porque, como ella decía, además de sentir nuestra sonrisa es importante escucharnos las historias que todos llevamos en un puntito un poco más arriba del ombligo.
Un día, me contó que una niña que ella no conocía pero que admiraba mucho tenía leucemia y para no aburrirse en las horas que pasaba en el hospital se ponía una nariz roja de payaso y hacía reir a todos los trabajadores del hospital, porque su mamá un día le contó que cuando uno tiene mucho trabajo si le sonríen por los pasillos es más cariñosa con la gente que atiende en su trabajo.
Me gustó tanto aquella historia que el próximo día volví a coger el mismo autobús a la misma hora y me senté al lado de aquella señora con una sonrisa en la oreja que parecía escuchar lo más profundo de todos los corazones.
Desde entonces, en cada momento de la vida, pienso qué feliz sería el mundo si tuviéramos una sonrisa en la frente, en la espalda, en la mano, en la pierna e, incluso, en la zapatilla pegada.